Las personas no se afligen por una única herida o trauma sino por no saber afrontar en ese momento dado la aflicción que normalmente trae crisis añadidos. Esto conjuntamente y, de manera progresiva, reafirma a la persona en su destino de sufrimiento. Nietzsche dijo: “Aquel que tiene un porqué vivir se puede enfrentar a cualquier “cómo”, porque lo verdaderamente indignante del sufrimiento no es el sufrimiento en sí, sino el ”sin sentido” del sufrimiento.” Por esto mismo, el encontrar un sentido en cada momento, a pesar del trauma, es lo que da forma a nuestra existencia y llena nuestros vacíos. Saber descubrir este sentido es la clave de las personas felices y de alta resiliencia. Es lo que nos empuja, motiva y da fuerza cada día.
Pero el sentido no se descubre sólo, sino siempre junto a algo o alguien, a través del amor, del sufrimiento o de una actitud, pero siempre en compañía, y mediante una guía propia o ajena, aunque luego es responsabilidad de cada uno de darle forma a nuestro futuro, encauzándolo en direcciones humanas para aliviar el trance del cambio.
La aflicción es inevitable, madurar implica aceptar nuestra vulnerabilidad, porque vivir es ser vulnerable. Nos convertimos en seres sabios cuando aceptamos esta vulnerabilidad y, al mismo tiempo, también la responsabilidad de nuestro futuro, y comprendemos que somos lo que elegimos ser en cada momento, con la libertad de voluntad de sentido que poseemos. Vulnerabilidad y resiliencia son dos caras de la misma moneda, pero mientras la vulnerabilidad responde a la pregunta de por qué nos enfermamos, la resiliencia responde a la pregunta de por qué no nos enfermamos ante las mismas circunstancias. La sensación de pérdida del control es el origen del mayor temor de todos nosotros, pero también es el origen del cambio. Creo profundamente en el potencial humano de cada persona, y a través de mi experiencia, para mí queda confirmado que la resiliencia es la capacidad innata de cada ser, algo que se puede cultivar y desarrollar de manera estratégica. Todos aprendemos a caminar, a hablar o escribir, aunque lo hagamos de distintos modos, unos muy bién y otros un poco peor, pero siempre queda la capacidad de hacerlo mejor. De la misma manera que aprendemos a caminar o escribir también podemos aprender a trascender. “Porque un modo humano de vivir ayuda a confrontar un modo humano de enfermar.”